Tenía una peculiaridad,
—entre tantas—
la de ser una sobreviviente,
arremetió contra todos sus infortunios
pero su sonrisa jamás se desdibujaba,
como si su hechura natural
no fuesen miles de cicatrices.
Sonreía sí, obsequiaba su alegría
aunque el cielo se desmoronara
o los caminos no estuviesen
atestados de bifurcaciones
hacia ningún lado muchas veces.
Ella sabía empotrar sus aflicciones
las mimetizaba entre sus dones
que eran prolíficos, exuberantes,
porque a su bondad, su generosidad,
las multiplicaba para ofrendarlas.
La abuela Laura, un paradigma,
la palabra —no puedo—
no existía en su diccionario,
porque siempre encontraba la salida
tenía una brújula en el alma.
Un día primaveral, en el mes de octubre,
el viaje de su vida estaba acabando
y esa mujer estoica y sabia,
se despediría balbuceando un:
—no puedo— y se llevó con ella
la respuesta, que fue
y será un misterio indescifrable.
¿Qué no pudiste abuela?
¿Qué?
Viviana Laura Castagno Fuentes
