Ella era extraordinaria,
una desmesura en todo
atesoraba amor multiplicado
hasta en la punta de sus zapatos.
Su magnanimidad única
desconocía frontera alguna,
no obsequiaba ramilletes
sino pródigos vergeles y primaveras.
Sabía establecer límites
cuando la situación ameritaba
—si no los pongo yo ahora
mañana te impondrá la vida—
me decía con su sabiduría innata.
Transcurrió la vida para ambas,
comenzó a delegar de a poco, tareas,
mientras menguaban sus fuerzas
y sus pasos prudentes se tornaron.
Comencé a ser: "madre de mi madre",
un rol que siempre imaginé
que un día llegaría, era inexorable
y allí estaba, reclamando por mí
y no dudé en ser su protectora.
Por eso —cuando el dolor atiza—
es porque inauguró un desierto
que se instaló en mi cuerpo
y atravesó como una saeta a mi alma.
Y dejo afuera a los prejuicios
porque los fundamentos son claros
tuve que decir adiós:
a dos seres en uno
"a una madre superlativa
pero también a una hija vulnerable".
Viviana Laura Castagno Fuentes

