es nuestro lugar cómodo y seguro
—la vida envía a su mejor maese—
para que nos despabile.
Y llega él con su bagaje
es una topadora demoliendo,
—arrasa todo a su paso—
porque es el mejor docente
que a enseñarnos vino.
No existen atajos para escapar
—el dolor obstruye todo—
es un carcelero habilidoso
nos capturó y guardó las llaves.
Él no será un pasajero más
ni irá sentado a nuestro lado
—es un huésped alojado dentro—
con nuestra anuencia o sin ella.
Esquivar su estancia
es imposible, tiene sus tiempos,
—solo nos compete aceptarlo—
porque lidiar contra él, es una utopía.
El dolor, un docente supremo

