Cuando escribo, surge una fuerza motriz que todavía no deduje si nace de mí o llega del afuera, sin titubeos ni demasiado andamiaje.
Y no pienso en las consecuencias, no me interesan los detractores, porque cuando estoy en mi hábitat, mis únicas amigas son las letras.
Plasmo con el lenguaje que posee el alma, ese que no necesita un borrador siquiera, porque emana a borbotones como si una cascada fuese.
En ese proceso mágico y profundo —el de la escritura— la plenitud me abraza y hasta una cierta dosis de felicidad se instala, aunque se quede un rato y luego se despida.
Cuando escribo, le doy el timón de mi nave al alma y me convierto en una compañía nada más, para espantar a la soledad cuando aparecer intenta.
Soy una súbdita, una rehén que consiente a sus carceleras, porque sin las letras —que todavía no deduje si emanan de mí o llegan del afuera—, no sería nadie, porque ellas justifican con creces mi existencia.
Viviana Laura Castagno Fuentes



