Ella, tenía una impronta
que emanaba de su alma
—genuina e inigualable—
era una flor que resplandecía.
Era un continente de generosidad
coleccionaba recuerdos, no rencores,
la expresión —no puedo—
no existía en su vocabulario.
Su bonhomía se derramaba
sin miramientos, ni condiciones,
era su sello distintivo, su don magno
y no podría haber sido diferente.
Ella era prodigiosa, versátil,
una creadora inagotable
"hay que poner amor"—decía—
y dejó un legado enorme.
Ella —mi adorada Madre—
es hoy —la ausencia más presente—
el faro que orienta mis pisadas
la justificación de mi vida
porque vive en mí, aunque no viva.
Viviana Laura Castagno Fuentes
