Podría presumir
con cierta solvencia:
"aquí no ha pasado nada",
pero sería una impostura
solamente,
para un afuera que exige
demasiado.
Porque la realidad habla
sin hablar siquiera
pone blanco sobre negro
y con gran contundencia
afirma:
"aquí pasó de todo".
Tenemos dos opciones:
o aceptamos al dolor
sin eufemismo alguno,
o lo expulsamos
para extirparlo de cuajo.
Pero: ¿Qué sucedería?
¿Qué?
Nos infligiríamos un daño
que sería irreversible
porque lo agigantaría
y sería una imprudencia,
hasta un acto de soberbia.
Nos pertenece, el dolor digo,
es nuestro, está muy dentro,
se quedará el tiempo
que sea necesario,
y el camino será en soledad
absoluta, no existen testaferros.
Por eso, debemos conciliar,
ofrecerle un albergue,
porque si no lo hacemos
si pretendemos "ignorarlo"
se aferrará con sus garras
y acabará con nosotros
esmerilando la paz deseada.
Viviana Laura Castagno Fuentes

