Cada vez que observaba
la belleza de un ocaso,
su mente de niña —tan genuina—
imaginaba que el sol se ahogaba.
No cabían las explicaciones
ante un alma con libertades
—la rigidez de la ciencia—
su mente de niña —tan genuina—
imaginaba que el sol se ahogaba.
No cabían las explicaciones
ante un alma con libertades
—la rigidez de la ciencia—
con creces languidecía,
para ella no había dudas,
su sol amado —cada tarde moría—.
Pero también imaginaba,
—que en una ostra dormía—
esperando al alba —su rescatista—
que a despertarlo más tarde llegaría.
Era la intrépida capacidad
de una mente frondosa
—con un alma superlativa—
el hábitat perfecto
para ella no había dudas,
su sol amado —cada tarde moría—.
Pero también imaginaba,
—que en una ostra dormía—
esperando al alba —su rescatista—
que a despertarlo más tarde llegaría.
Era la intrépida capacidad
de una mente frondosa
—con un alma superlativa—
el hábitat perfecto
donde las ilusiones se gestan.
Intuía ella, que esa ostra amorosa
—era la cuna para su sol cansado—
y que un amanecer esplendoroso
en rescatista habilidoso
—se convertiría—.
Viviana Laura Castagno Fuentes

