Nos han atosigado tanto con la "actitud positiva y la felicidad per se", que diría sin temor a equivocarme: "Han impuesto una dictadura sobre los sentimientos, están oprimiendo la libertad de sentir".
Ya no alcanza con la ideologización en temas de la política y afines, se han inmiscuido en lo más profundo de nuestro ser, en nuestra alma.
Porque: ¿Cómo osar no ser feliz en una sociedad estólida que tiende a imponer a diestra y siniestra la felicidad a perpetuidad y nos lo grita día a día desde sus diferentes medios masivos de "programación mental y/o emocional"?
Disculpen ustedes, he aquí una pésima alumna, una que siempre acostumbró a no obedecer cuando algo le era impuesto, sino que todo cuestionaba, porque jamás acepté las cosas como me fueron dadas.
Por lo tanto, disculpen "los hechiceros en aras de la felicidad sempiterna", en mí hallarán a una díscola, que en última instancia seguirá siempre los cánticos de su alma prístina, ignorando todo lo que la masificación social exige.
Estoy triste y nadie tiene injerencia alguna sobre mis sentimientos, ni la tendrá. Soy un ser humano, no una piedra, por lo tanto seré quién marcará el compás de mis lágrimas o de mis risas, no comparto un ápice la tendencia fría e impersonal para instalar a "la felicidad" como una actitud a seguir, porque los deprimidos o entristecidos "gozamos de mala prensa".
Muchas gracias a mis Padres, ellos me dieron libre albedrío para pensar, sentir y discernir, pero también instalaron los límites pertinentes.
Me hartaron los gurúes del positivismo, los que no permiten que el dolor sea un sentimiento absolutamente normal y humano, porque espanta los propósitos para seguir acumulando rehenes de sus doctrinas cada vez más "absurdas y peligrosas".
Disculpen ustedes: Estoy triste y seguiré estándolo por mucho tiempo más, guste a quién gustare.
Viviana Laura Castagno Fuentes

