Inhóspitas - dijo, con la sinceridad que le caracterizaba.
Y en realidad me dejó atónita, porque era suave y amorosa con sus palabras, las cuidaba, era una garante del buen decir, herencia de su prolífico pasado en el orbe de la docencia.
Tal vez, algo había percibido de aquella persona, un sesgo que le había inquietado mucho y sintió que su seguridad estaba un tanto amenazada.
¿Qué había sucedido en ese encuentro entre ambas?
Porque eran amigas desde siempre, coincidieron cuando la escuela primaria comenzaron y la relación sobrevivió durante ochenta y nueve años.
-Gente inhóspita, reiteraba cuando su mente a solas divagaba.
Y tuve mis reticencias debo admitirlo, no logré atravesar las murallas que mi timidez levantaba, era una jovencita a la sazón -con las restricciones que el respeto y la sobriedad me imponían-, enseñanzas aprendidas en mi hogar, era improcedente avanzar sobre los límites de los otros.
Hoy, cuando los recuerdos comienzan a entrometerse en este presente tan incierto y doloroso, con ellos se aparece otra vez mi abuela, es una presencia que aun ausente, logra agigantarse día a día.
Inhóspita, gente inhóspita, y heme aquí intentando dilucidar cuánto dolor le había causado una actitud que quedará petrificada en ese adjetivo solamente, porque se llevó consigo todas las respuestas.
Mi abuela era amiga de sus amigas y jamás se detendría en desnudar los secretos que a sus relaciones arropaba.
Me quedaré para siempre con esa expresión de "gente inhóspita", un tema entre adultos que una jovencita muy tímida supo que no debía invadir nunca.
Ella era mi abuela y yo la nieta que solamente admiración por su avasallante personalidad sentía.
-Gente inhóspita- y será esa la única explicación que se quedará albergada entre mis prolíficos recuerdos para siempre, hasta que la vida nos reencuentre en algún lugar privilegiado, donde las aclaraciones serán cosa nimia, porque se impondrá el alma y desde allí nos conectaremos.
Viviana Laura Castagno Fuentes