El atardecer sabe
—a una despedida—
a un adiós inestable
sin regreso asegurado.
Es la extinción
de las luces,
pero también de la vida
cuando los ímpetus merman.
Abunda la minimización,
todo es una reducción
un acotamiento inevitable
una pausa, una espera.
El atardecer despierta
al alma creadora,
—es un interregno inefable—
es la fe, que al mañana aguarda.



















