Ya no soy aquella jovencita
—la que eligió partir—
cuando la primavera
a un hierático invierno
despedía.
Transcurrieron décadas varias,
—casi nada o demasiado—
todo depende
de la perspectiva
o del cristal con que miremos.
Para mí fueron
—los años exactos—
para emprender el proceso
de aprendizaje
que nos demanda
este viaje finito
al que denominamos vida.
Ya no soy aquella jovencita,
—imbuida de sueños tantos—
pero también de miedos
a los que debí sepultar
uno a uno
mientras seguía caminando.
Hoy, cuando avizoro
que en mi hoja de ruta
—es exiguo lo inexplorado—
que lo ya recorrido,
solamente unos pocos deseos
me amueblan, muy pocos,
y caben todos en mi mano cerrada.
Quiero esta paz del presente,
—necesito a pocas personas—
y de esas que no hacen ruido
ni cuando ingresan
ni cuando con sigilo se marchan.
Quiero a mi naturaleza
dando lecciones diarias
de sabiduría incomparable;
—quiero a mi río único—
con sus playas sedientas
pero también
cuando están desaparecidas
porque lluvias pertinaces
decidieron ahogarlas.
Quiero a mis glicinas
derramándose en cascadas
desde un muro derruido
—pretendiendo ser vides—
en fragantes racimos devenidas.
Quiero a mis amaneceres
cuando los zorzales despiertan,
—a mis cielos arrebolados—
incendiando los atardeceres
espectáculos cinematográficos,
magnificencias naturales
que el universo obsequia.
Definitivamente
—ya no soy aquella jovencita—
sino una mujer que ansía
—lo más sencillo e importante—
lo que no se ostenta
porque son bienes
que solamente el alma atesora
sin códigos de seguridad, ni claves.
Es la paz interior,
—el amor anclado muy dentro—
es la verdad sin cortapisas
porque la mentira
—es un desgaste innecesario—
compañeros todos
de este apasionante
y pedagógico viaje
denominado vida.
Viviana Laura Castagno Fuentes