Bastó un: —Hola Noemí—
para que su respuesta
viajara mimetizada
en un llanto agobiado
e invitara al silencio
como cómplice, como anuente,
de unas lágrimas
que preguntas —no necesitaban—.
Sabía ella los argumentos,
intuí que eran un amasijo
que la vida fue sumando,
la soledad la atosigaba
—esa que le fue impuesta—
por decisiones perversas
de una humanidad adormilada.
El alma sabe como nadie
percibir sus límites
cuando las desazones colman,
lloraba por el reencuentro
—pero también por la ausencia—
y por tener una prisión involuntaria
que le arrebataba injustamente
su libertad y su autonomía.
—Hola Noemí—, y ella,
—dueña de un estoicismo único—
se sumergió en ese mar
que discurría muy dentro,
para desalojar angustias viejas
y de las recién estrenadas
que en lágrimas incontenibles
ese día navegaron.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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