En este derrotero improvisado
sabes que estoy empeñada
en dejar de ser dos desconocidos,
—cuarenta años han transcurrido—
hemos estado ambos ausentes,
y en nuestras vidas imbuidos.
Insisto amigo mío, eres otro,
dejé a un pueblo munido de verdores
y me desencantó que tus sombras
no tengan a los bellos jacarandás
y a los paraísos, como sus guardianes.
¿Qué sucedió, quién ordenó
esta incomprensible masacre?
¿Quién tuvo la osadía, la tozudez
para secuestrar tantas bondades?,
—eran el reparo vegetal perfecto—
para los estíos abrasadores
y proveedores del oxígeno
que la vida toda garantizan.
Comprendo amigo, te excuso,
los humanos son desbaratadores
en aras de la evolución, del cambio,
—mutilan dones extraordinarios—
con una displicencia incomprensible.
Pueblo mío, deberás tener paciencia
—porque cuatro décadas la invitan—
me fui cuando la primavera era ama
regresé cuando el invierno languidecía
—y se quedaron amores amigo—
amores que mi alma extraña todavía.
Viviana Laura Castagno Fuentes