Eran almas tan disímiles, tan opuestas,
entre ambos, una pared se erigía día a día.
Si ella elegía la mar, por sus cánticos,
él escogía la montaña, por su aislamiento.
Ella sucumbía ante un libro,
amaba ingresar en sus páginas,
allí regodearse, por interminables horas,
era su universo, su mundo perfecto.
Él no compartía, la lectura le aburría,
eran el sol y la luna, la noche y el día.
Ella pintaba estrellas en su cielo,
esbozaba una luna llena nívea,
él diseñaba sus obras futuristas;
ella continuaba y su luna ya alumbraba,
a él, horas de trabajo minucioso,
a dormir presurosamente, lo invitaban.
Los había unido el amor alguna vez,
o tal vez se equivocaron
-era una ilusión solo-
porque el amor verdadero,
no es amarse el uno al otro,
sino amar juntos, las mismas cosas.
Y la realidad inevitable habló,
eran dos desconocidos
y separarse para siempre
fue lo único en que coincidieron;
él seguiría haciendo lo que le deleitaba,
ella, eligió partir hacia sus universos.
Porque,
entre sus desencuentros mutuos,
ambos, se perdieron definitivamente,
a sí mismos, en el azaroso viaje de la vida.
Viviana Laura Castagno Fuentes