Mis letras poseen
la capacidad o el don
para inducir sutilmente
o callar a la poesía.
Y cuando ello sucede
no tengo injerencia alguna
—soy una rehén complaciente—
y ellas —mis carceleras—.
¿Podría aducir algo,
una justificación siquiera
que explique la orfandad
en que me sumen?
Definitivamente —no—,
porque no existe nada
ellas son— mis amas dilectas—
y yo una obrera a su servicio.
—Percibo que me espían
como si me escudriñaran—
asoman sus ímpetus inspiradores
y luego hábilmente retroceden.
Aprendí junto a ellas
—el delicado arte de la paciencia—
y a mantenerme incólume, presta,
porque sin su anuencia, muere la poesía.
Viviana Laura Castagno Fuentes



















