Me he extraviado, o tal vez han cambiado los carteles que mi orientación garantizaban.
No era este el lugar, no era el mes tampoco y hasta me equivoqué de año.
Tengo un amasijo de sentimientos —que juntos dan forma a una obra de arte— se parece a las que construyen con metales y hojalatería —hay de todo un poco y para todos los gustos—.
Estoy sin estar siquiera, como si una escisión interna me hubiese diseminado en mil fragmentos que en un universo nuevo y desconocido se están esparciendo.
Y me pregunto: ¿Por qué?, si justamente —la certidumbre era mi puerto—, el sitio perfecto donde mi navío tenía su resguardo habilitado.
Y vuelvo a preguntarme: ¿Por qué el caos se apoderó de mí?, —infligió tanto daño— que mis letras se han volatilizado y hacia un lugar ignoto —sin mi anuencia— han viajado.
Intento erigirme y ponerme en pie, —se derrumbó una montaña sobre mi cabeza— y aun no logro discernir si estoy despierta o dentro de un sueño interminable.
Mientras escribo, desde el afuera ingresa la algarabía de los loros —soliviantados y tumultuosos— amenizan gratamente mi escritura, mientras me abstraen un poco y cierta paz instalan.
Y como la natura —aporta mensajes encriptados siempre— me pregunto: ¿Serán acaso los loros portadores involuntarios de las respuestas que faltan?
Porque convengamos, los traviesos y gregarios loros que en la araucaria anidan, irrumpieron justo cuando —sentía a una galaxia explotando— y —como por arte de magia— la montaña derrumbada comenzó a generar un orden inesperado y necesario mientras me liberaba.
¿Fuiste tú verdad?, las aves fueron solamente las mensajeras, como ha sido el colibrí —hace unos meses— o la bellísima mariposa monarca que hasta mi escritorio osó ingresar hace unos días.
Porque eres la causa de mis extravíos, pero también eres —quién con amor reorganiza el caos— que de mí se apodera cuando mis galaxias estallan y mis caminos se confunden.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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