Un día la observé
—con su paso lento—
se había vuelto prudente,
preciso y cuidadoso.
Un día la observé
con los ojos llorosos
—no quise importunarla—
preferí respetar sus tiempos.
Un día minimizó
—su natural vehemencia—
y comenzó a espaciar
sus actividades diarias.
Todo fue de a poco
—pero no hubo pausas—
porque inevitablemente
las limitaciones habían llegado.
Se precipitó la vejez nomás
—apareció en silencio—
domeñando al cuerpo
y muy sutilmente al alma.
Abrevar en su inefable amor
es hoy el elixir mágico
—medran vergeles preciosos—
aun donde la tundra es ama.
Un día la observé...
Viviana Laura Castagno Fuentes



















