El acto de la escritura, es para mí lo más parecido a la felicidad, porque resume en sí mismo todas las plenitudes, no deja a ninguna afuera.
Instala a la paz en primer lugar y ella habilita todo, porque aun desgarrada, la herida comienza el proceso mágico de su cura, sin nada externo que la minimice, todo posee su génesis dentro y se cauteriza cuando esgrimo una oración o una palabra solitaria, huérfana.
Escribir, así dicho es un verbo solamente, pasa inadvertido -pero para los demás, no para mí- porque muy dentro logra generar vendavales de pasión impredecibles sin límites diría, percibo como si no los hubiera.
Escribo porque amo la escritura, a fuer de reiterativa diré una y mil veces: "soy una obrera al servicio de las letras".
Ellas me buscan, me amueblan y exigen de mí el acto sublime de su emancipación cada vez que en un poema, un cuento o en una prosa poética les doy albergue, para que luego ellas generen la magia de solazar a un alma que distraída vaga por recónditos universos.
No podría esbozar nada, si no liberara a mi mente y a mi alma de oprobiosas cadenas; ellas no soportan ataduras a nada, no reconocen dogma alguno, no pertenecen a ningún lugar ni podrían, no son vegetales con los pies a la tierra amarrados, sino sempiternas buceadoras allí donde otras almas se revelan, son veleros en mares procelosos sin puerto asegurado ni seguro.
Porque el acto único de la escritura exige ser una exploradora perpetua, sin pertenencia a nada ni a nadie, solamente a mis inefables letras, porque de ellas soy su sierva y ellas son mis adorables amas.
Viviana Laura Castagno Fuentes






