Hay recuerdos tan vastos,
son lugares, vivencias, sabores,
pero hay recuerdos muy especiales
que guarda el alma —y son personas—.
Comienza en —el barrio de Núñez—
en ciudad de Buenos Aires,
donde —por designios del destino—
estoy viviendo desde hace años
y es donde se cobijó mi infancia.
Tuve una abuela que marcó a fuego,
mi vida y —fue mi paradigma—
un modelo a seguir,
una montaña de valores.
Nació cuando el siglo diecinueve
comenzaba a despedirse y la sociedad
—era otra, diferente, más sencilla—
menos complicada,
pero muy prejuiciosa.
Ella nació con alas en su alma,
fue madre de ocho hijos, madre dilecta,
maestra, directora de escuela,
—pero por sobre todas las cosas—
mujer de valor, honor
y convicciones férreas.
Y no hablo del actual empoderamiento,
(término que hasta me desagrada)
porque tiene implícito,
—un sesgo de odio, de confrontación—
de resentimientos no resueltos.
No, mi abuela fue transmisora de valores,
los que modifican las conductas,
—para que seamos mejores personas—
y poseía un gran magnetismo, único.
Tuvo que elegir su paz interior,
cuando el pueblo donde vivía
—no comprendió su divorcio—
y víctima de esa ignorancia
el aislamiento padeció.
y víctima de esa ignorancia
el aislamiento padeció.
Ella, que se imbuía de independencia,
—esa que nace en el alma—
decidió mudar su universo a la ciudad,
para comenzar una vida en paz.



















