Ella sabe ocultarse entre el plumaje iridiscente de un diminuto y elegante colibrí, nos mira desde la gota de rocío que olvidó la noche sobre un pétalo —aun dormido— de una margarita, nos contempla —con discreción— envuelta en una suave brisa de primavera y hasta logra mimetizarse con las sinfonías que las avecillas entonan.
Ella es así, tan dúctil, tan versátil, pero no es indolente, sabe también involucrarse con las tragedias tan humanas y tan dolorosas desde siempre.
Ama hablar sobre el amor, el que genera plenitud, pero también sobre el que corazones deshace, es quién busca restañarlo muchas veces, cuando desde sus versos las palabras enaltecen y son prodigiosas asistentes de emergencias.
Pero, cuando la mentira, la vulgaridad, la violencia, el odio, el resentimiento y la injusticia que políticos infames y corruptos instalan y nuestros sueños arrebatan, es justamente allí donde la poesía muta, sufre una transformación y se torna implacable, porque se convierte en un grito de auxilio, clama por una humanidad más atenta, más ecuánime y humanizada.
Y no me digan que es una dama débil, durante siglos han minimizado su poder para comunicar y es ella justamente quién posee una capacidad de síntesis como ningún otro género.
Ella, chiquita, hasta frágil a veces, logra dar sus estocadas para despabilar a almas que adormiladas viajan, cuando sus versos transmiten las ingentes tragedias en que la humanidad está sumida.
¿Débil la poesía, frágil ella?
Pero, la poesía no se equivoca, es la dueña absoluta de aquellas verdades que la humanidad en ocultar se empecina, de los odios que paren guerras, de los amores que naufragan y hasta de la malicia que en tantos corazones decidió instalarse.
¿Débil la poesía, ilusa ella?
Viviana Laura Castagno Fuentes



















