Te extraño y duele admitirlo, no por soberbia, menos por hipocresía, sino porque temo que desde el universo hacia donde has viajado estés percibiendo todo y esta confesión te provoque angustia (disculpa la imaginación "frondosa" que poseo).
Pero: ¿Cómo hago para exiliar al dolor si no soy absolutamente honesta conmigo, cómo?
Porque ya nada importa la opinión ajena, he escuchado demasiado y cada quién tiene una solución presta para mitigar lo que siento, pero es tan íntimo y único el proceso, tan personal, no se han dado cuenta parece que no existe una "receta magistral hecha a medida para extirpar al dolor de cuajo".
Hay buenas intenciones tal vez, pero no me agrada y me fastidia con creces cuando apelan a la edad que tenías, para minimizar lo que estoy sintiendo.
¿Acaso haber vivido ochenta y siete años eclipsa per se o anula con efecto de automaticidad toda emoción, es así el concepto me pregunto?
Lo cierto es que "la edad" es absolutamente intrascendente, está fuera de consideración en lo que a mí respecta, porque así hubieses tenido ciento veinte años, el sentimiento hubiese sido el mismo, porque es la calidad, la riqueza y la reciprocidad del vínculo que tuvimos lo que determina que te eche de menos día a día.
Soy absolutamente consciente y a esto lo hemos desmenuzado mucho cuando al respecto dialogábamos: "la muerte es inherente a la vida, es un proceso natural e inevitable". Pero, eso no mengua nada, me encantaría que respeten el proceso y me permitan gestionar mi duelo a "mi manera".
Me está costando muchísimo superar esto de tu "ausencia", te busco en todas partes e imagino que aparecerás te confieso, trampas que tiende la mente, tan astuta y rauda la mercenaria.
Estaré mejor te prometo, solamente necesito "tiempo", ya me verás sonreír cada vez que te evoque, en vez de llorar porque has partido.
Viviana Laura Castagno Fuentes



















