de matrimonios felices y plenos
para toda la vida, hasta la muerte,
que los mandatos sociales impusieron.
Pero bastaba con observarlos un rato,
para descubrir que el hastío
-cual maleza en un vergel abandonado-
con idoneidad se les había instalado
muy dentro y lo comunicaban
Cuestiones tan privadas, tan íntimas,
donde se entrometen prejuicios estériles
habían elegido sucumbir ante el hartazgo
de un amor, que supo ser y ya no era,
por temor a las improcedentes opiniones
de aquellos que de vida propia carecen.
Vivir en la mentira era un hábito
eran dos prisioneros inocentes
Viviana Laura Castagno Fuentes



















