Cuando niños, en nuestro hogar,
nuestra primigenia aula,
degustamos los exquisitos sorbos
de educación, imbuidos en valores,
que creíamos, serían eternos.
La palabra, era garantía, confianza,
no se necesitaban papeles ni firmas,
¿quién se atrevería a incumplirla
si era la piedra basal de la vida?
Ser honestos, leales, bondadosos,
eran paradigmas aprendidos en casa,
que se complementarían más tarde
en nuestro segundo hogar, la escuela.
Pero hoy, vivimos un desbarajuste.
Valores que nos elevan
a seres humanos humanizados,
hoy se denominan códigos
y debo confesar que me atribula.
Comienza una pugna interna,
dirimir entre lo que somos
con lo que demanda el afuera
un mundo que me es ajeno.
Se siente como un arrebato,
es como si talaran nuestro árbol,
justo cuando estaba dando sus frutos,
y se desmoronara inerme
sobre nuestra casa y nuestra cabeza.
Se siente como un arrebato,
es como si talaran nuestro árbol,
justo cuando estaba dando sus frutos,
y se desmoronara inerme
sobre nuestra casa y nuestra cabeza.

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