Ella se atragantó tantas veces
con las palabras que no expresaba,
sentía como se asilaban en el pecho
y allí, a quedarse las obligaba.
Había aprendido desde muy pequeña
—el arte de la prudencia—
que los adultos le inculcaron
y responder —era una irreverencia—.
Pero la vida, —esa docente atinada—
le fue explicando con experiencias
que expresar lo que nos ofende
y lo que —nos lacera el alma—
es absolutamente necesario.
No reiterará los mismos yerros
ni morirá asfixiada por palabras,
ni siquiera por una sola letra
que ose obstruir el aire que inhala.
Lo que sentimos, debemos comunicar,
comienzan siendo pensamientos,
se convierten en sentimientos
y si no los liberamos —perecen dentro—
y junto a ellos, fenecemos nosotros.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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