No puedo vivir un segundo desconectada de la natura.
No puedo — lo confieso — dejar de escudriñar al cielo cuando está esplendoroso
o cuando parece abrir un grifo y desplomar sin limitación alguna,
su contenido sobre nuestras cabezas.
No puedo — ni me interesa — prescindir de los amaneceres
observar cuando el sol despierta, como invitando a celebrar la vida.
No puedo — no quiero — perderme la magia, la destreza,
de una enredadera trapecista, cuando tiende sus guías hacia los techos linderos
—como si fuese un gesto amoroso— y con su follaje los cubre con prestancia.
No puedo — no podría — dejar de seguir el vuelo de una mariposa monarca,
mientras se desplaza con la gracia y la sutileza de una bailarina.
mientras se desplaza con la gracia y la sutileza de una bailarina.
No puedo — no deseo tampoco — resignar el placer de inhalar, los perfumes exquisitos
de las flores, son tan especiales todos, estoy convencida, que unos gnomos,
los crearon en un laboratorio luego de un largo trabajo de alquimia.
No puedo — les aseguro — ser indiferente a los espectáculos naturales,
esos que parecen obras artísticas, pintados por unas manos prodigiosas.
No puedo — no quiero — ignorar la espectacularidad diaria.
Sería un acto de hipocresía, no reconocer que mi alma se regocija
cuando la natura la embelesa, y a mí me compete el honor
de imbuirla con la felicidad y la plenitud que le prodiga
con su magnanimidad única.
No puedo, no quiero, porque fenecería en el intento.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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