La observaba desde la distancia, estaba sentada en su sillón, debajo de la galería que rodeaba gran parte de la casa con su inequívoca impronta estilo italiano.
Miraba hacia la lejanía y eso no era buen augurio, porque era muy hábil para entablar diálogos con quién fuese, siempre había un tema al alcance y tenía una verba innata y única.
-¿Sucede algo?- le pregunté.
-Nada - respondió, pero por supuesto no creí, algo estaba pergeñando su mente tan ágil.
-Sí - me dijo luego, en realidad no deseaba fastidiarte solamente con mis temas de la vejez.
-¿Sabes ? -acotó -hoy estoy sintiendo que he llegado tarde a todo y a todos.
-Preferí dejar que fluyera sola, que emancipara a sus sentimientos.
-Llegué tarde a la estación, cuando el tren partía y en el andén me quedaba, escuchando las risas que se alejaban, mientras todo desaparecía a la distancia y mis maletas con lágrimas fueron mi única compañía.
Llegué tarde a la playa, cuando mi manso río sus aguas retiraba y mis huellas fueron testigo mudo que la arena guardó por un momento, hasta que una suave marea las desdibujó.
Llegué tarde al reparo de los estoicos plátanos, cuando su sombra proyectaban, porque se apresuró el otoño y los desnudó sin piedad alguna.
Llegué tarde hija a unos labios que se quedaron sin besos, porque ya habían besado y allí no estuve para disfrutarlos.
Llegué tarde al jardín, no logré inhalar el aroma de mis flores predilectas, un invierno pertinaz se precipitó y de ellas solo sus tallos quedaron.
-Pero - y me interrumpió.
-No hija - no existen excusas, llegar tarde a todo y a todos fue mi responsabilidad, no existe nadie más, excepto yo.
Creí que las situaciones se repetirían, que habría segundas oportunidades, pero la vida no nos ofrece segundas vueltas, es el ahora no hay mañana.
-Y decidí no agregar nada, era improcedente, estaba asumiendo sus materias adeudadas en la travesía de su vida.
Quedamos ambas calladas y mirando hacia un jardín que con bellísimas camelias se había engalanado -como en un gesto de amorosa complicidad-.
Tal vez, la vida le estaba obsequiando una oportunidad, la última, para que a sus amadas flores pudiese celebrarlas, antes que otro invierno se precipitara y otra vez llegara tarde a todo y a todos.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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