—Estuve observando su adiós—
tenía la apariencia de un viejo
a quién la vida
de improviso
sobre su espalda encorvada
y sin piedad alguna,
todas las cargas
le había depositado.
Le dolía todo
desde las profundidades
de su alma magna,
hasta los huesos más sólidos;
—tenía tanta angustia acumulada—
que a medida que se alejaba
más y más se doblaba.
Llevaba unas alforjas
sobre sus hastiados hombros,
cabían en ellas
—los recuerdos de su travesía—
y un escueto futuro, minimizado,
que sabía a muy poco
a casi nada diría.
Logré mirar su derrotero
hasta que en una esquina
Le dolía todo
desde las profundidades
de su alma magna,
hasta los huesos más sólidos;
—tenía tanta angustia acumulada—
que a medida que se alejaba
más y más se doblaba.
Llevaba unas alforjas
sobre sus hastiados hombros,
cabían en ellas
—los recuerdos de su travesía—
y un escueto futuro, minimizado,
que sabía a muy poco
a casi nada diría.
Logré mirar su derrotero
hasta que en una esquina
se esfumó,
como una nube
cuando el viento la deshace,
—decidió acompañar al año—
que también se despedía,
quizá fue esa la decisión.
Era el personaje del barrio,
el hombre que tenía
como una nube
cuando el viento la deshace,
—decidió acompañar al año—
que también se despedía,
quizá fue esa la decisión.
Era el personaje del barrio,
el hombre que tenía
—al silencio como único atavío—
un taciturno perpetuo
dueño de una mirada tan profunda
—como jamás había visto en mi vida—
tal vez, la que más claridad tenía,
esa, que sin decir nada...
dueño de una mirada tan profunda
—como jamás había visto en mi vida—
tal vez, la que más claridad tenía,
esa, que sin decir nada...
—comunicó todo—.
Viviana Laura Castagno Fuentes
Viviana Laura Castagno Fuentes

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