Se le precipitó
la vejez
—a hurtadillas—
sin que la avizorara.
Detuvo la prisa
de su andar,
—tiene ahora la impronta—
de un niño,
cuando abandona
los barrotes de su cuna.
Y no son limitaciones
de un cuerpo solamente,
—sino de un alma—
que comprendió
que está arribando
a la estación terminal
de un viaje intenso.
Se le precipitó
la vejez
—cuando menos la esperaba—
no hay respuestas
—porque no hay preguntas—
(es la vida como siempre)
imponiendo sus reglas
y sus parámetros.
Se le precipitó
la vejez
—imperceptiblemente—
y ni ella, ni yo,
pudimos evitar
que aconteciese.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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