Se ha apoltronado otra vez
la malicia por doquier,
junto a sus adláteres
la mentira y el desdén
inclaudicables amos y siervos.
Es el síntoma inequívoco
de almas atormentadas,
que no han sabido trascender
hacia el amor y cegadas por el odio,
intentan negar la belleza de la flor.
La maldad erosiona a quién la aloja,
pero también aniquila de a poco
a quienes por ignaros la aceptan,
la naturalizan y hasta le temen.
Posee la habilidad para confundir
a toda una sociedad
-aun disímil, aun heterogénea-
mientras la paz sin piedad le arrebata.
A diferencia de la bondad

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