La distancia
es en apariencia
—un sustantivo—
una palabra más
solamente
en nuestro diccionario.
Cuando hurgamos
en su etimología
explica sobre un espacio
de lugar o de tiempo
y otras especificaciones.
A mí me convoca
y me moviliza
la otra acepción
—esa que pasa inadvertida—
y es la más medulosa.
Porque a las distancias
más reiteradas y comunes
las define la geografía,
sabemos que nos separan
océanos y mares inasibles
y cadenas montañosas.
Pero hay una distancia
que no es física, ni visual,
y no podemos observarla
con ningún dispositivo
que la tecnología aporta.
Es la más trascendente
—la que más nos conmociona—
tiene su génesis
en íntimos espacios abisales
allí donde se erigen
murallas altas e insalvables.
En ese universo único
hay fiordos inescrutables,
acantilados, barrancos,
montes peñascosos
y glaciares imponentes.
Nadie tiene acceso allí,
está vedado el ingreso
—porque la insondable distancia—
por causas que le competen
ha decidido empotrarse
y dejar afuera al mundo.
Distancias...
Viviana Laura Castagno Fuentes

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