—¡Cómo has cambiado!, no eres la misma que conocí hace unos años (sic).
A veces me produce un gran hastío escuchar lo mismo, pero también me induce a escribir, no siempre a responder verbalmente porque solamente habilita a un estéril intercambio de opiniones que se contraponen y me generan cansancio y para no extraviarme de la paz —acabo enmudeciendo—.
En este viaje si no cambiamos, no estamos evolucionando nada, nos estancamos en fórmulas hechas y repetidas que nos anquilosan.
Muchas veces esos cambios son conscientes, pero generalmente se producen muy sigilosamente sin que lo advirtamos siquiera pero modifican nuestros parámetros y también nuestras prioridades.
Por ello, tengo todo para agradecer a la vida, he sobrevivido a temporales atroces que me fagocitaron, me abdujeron a lugares insospechados para comprender después que "había una enseñanza subyacente", no era la evasión, ni la mentira, ni el resentimiento y menos el rencor, sino salir del trance más blandos y maleables.
Me sumergí en mis arenas movedizas, caí por pendientes pronunciadas (y aunque el viaje tendrá otras pendientes aguardando) he fluido exenta de sentimientos inicuos que solamente un caos interno proponen soguzgando al alma prístina —la fuerza motriz— de este finito obsequio denominado "vida".
Sí, he cambiado...
Viviana Laura Castagno Fuentes
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