El río era un lago quieto,
tenía a sus aguas detenidas
como en estado de meditación,
y el cielo se miraba en ese espejo.
El bote parecía dormir su siesta,
bajo el sol abrasador del mediodía,
solo interrumpida por unas aves sedientas
que bajaban hasta la orilla y lo despertaban.
Luego levantaban vuelo,
se unían a la bandada que navegaba
entre nubes esponjosas,
que de tanto en tanto, al cielo oscurecían.
Pero, la calma era una impostura,
ese río con actitud de lago manso,
comenzaría a inquietar a sus aguas
cuando una lluvia pertinaz arreciara.
Y comenzó lo que tanto se temía
las aguas iniciarían su danza,
escalarían las rocas disfrazadas
de altas e irregulares barrancas.
La aparente tranquilidad había acabado.
Llegó la inundación al pueblo,
que tenía a su río
como preciado regalo
pero también, como enemigo a veces.
Vendrían días para el éxodo
cada quién intentaría salvar algo,
el agua era la protagonista absoluta
no había espacio para indecisos.
Quién diría, aquel río con cara de amigo,
embraveció su rostro, alborotó a sus aguas,
llegó hasta la plaza central del pueblo
y atemorizó a quienes con generosidad
ofrendaba todo, sin límites convenidos.
Viviana Laura Castagno Fuentes
pero también, como enemigo a veces.
Vendrían días para el éxodo
cada quién intentaría salvar algo,
el agua era la protagonista absoluta
no había espacio para indecisos.
Quién diría, aquel río con cara de amigo,
embraveció su rostro, alborotó a sus aguas,
llegó hasta la plaza central del pueblo
y atemorizó a quienes con generosidad
ofrendaba todo, sin límites convenidos.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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