Cuando niños somos libres,
genuinos, candorosos,
y la verdad es nuestro lenguaje,
no hay mentiras, ni hipocresía.
Es una etapa de aprendizajes,
pero también hay docencia implícita.
Parece una contrariedad, así dicho,
ser niños docentes y aprendices.
¿Y por qué sofocamos
cuando adultos tanta belleza?
Es una osadía, es apagar la luz
que para siempre
encendió en el alma
un niño por purezas habitado.
Por eso, cuando adultos,
nuestra alma prístina
nos grita, nos avisa,
perdimos la ingenuidad
en algún recodo del camino.
Porque apresurados
por asumir el rol de adultos,
extraviamos para siempre
a nuestro maravilloso niño:
el alumno y el maestro
del resto de nuestra vida.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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