Mujer lavandera, la cachuela era tu casa,
acuclillada sobre la alfombra de piedras,
—un antojadizo regalo de la naturaleza—
las ropas de todo un pueblo lavabas.
El río brindaba sus transparentes aguas,
era el solidario amigo, el asistente,
de un trabajo que demandaba esfuerzo,
tenía la impronta del cuerpo y del alma.
Mujer, si sabrá tu piel curtida y áspera
—sobre mediodías y tardes abrasadoras—
fue atesorando día a día en su memoria
las simientes de tus prematuras arrugas.
Te he conocido mujer bravía y sabia
aliviando el trabajo de tantas personas,
—eras el sustento en tu hogar prolífico—
donde los abrazos eran tu recompensa.
Hoy, el pueblo decidió perpetuar tu oficio,
—estás dentro de la historia tan merecida—
pero entre nosotras quedó un secreto
en el río el enjuague mimetizabas
mientras en silencio tus lágrimas enjugabas.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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