Cuando decidió partir
del pueblo que la vio nacer,
—supo sin hesitar siquiera—
que sería para siempre.
Su juventud deseaba cambios,
—sentía que la rutina la limitaba—
amaba su río manso, sus amaneceres,
sus crepúsculos y su luna magnificente.
Amaba el entorno natural y único
pero un vacío existencial la agobiaba,
un cambio drástico sería la cura
para una angustia que se agigantaba.
Y el día llegó, partió sin mirar atrás,
cuando se decide un cambio
hay que hacerlo con el cuerpo y el alma,
vivir escindidos, es no cambiar nada.
Hoy, casi cuatro décadas después,
—los recuerdos son inagotable riqueza—
mutó a su mujer niña por la adulta
que la ciudad modeló con creces
despertando dones, que dormidos vivían.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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