Amaba caminar cada tarde
por el difuso y osado límite
que la fina arena demarcaba
cuando con trémula ilusión
a su río amado aguardaba.
Decía que no había nada igual
a un bellísimo crepúsculo invernal,
cuando los rayos de luz se despedían
incendiando al cielo con sus tonalidades.
Nada era casualidad,
estaba en los tramos finales de su vida
su cuaderno tenía más hojas escritas
y se esfumaban las páginas vacías.
Un atardecer era la parábola perfecta
allí existía una comunión privada,
era un reencuentro íntimo, especial,
entre su ocaso interno y la naturaleza.
Viviana Laura Castagno Fuentes

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