A nada ni a nadie
he de extrañar,
—porque no hubo anclajes—
excepto a las aguas tibias
de mi río magnificente.
Porque, dime:
¿Dónde residiría —la magia—
si tu existencia justifica todo?
El pueblo sería un remedo
—otro más en la geografía—
porque convengamos
tu belleza y desmesura
le aportan un inefable distingo.
Exhibes con idoneidad
dones incomparables,
—discurres con elegancia—
y en cascadas te conviertes
con las piedras como avales
mientras te ofrendas con creces.
También en asceta devienes
cuando a tus aguas apaciguas
y en amoroso estanque
—con actitud meditativa— mutas
desafiando los límites todos.
¿Cómo no extrañarte, dime?
Viviana Laura Castagno Fuentes

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