Cuando un gran dolor llega a nuestra vida, no debemos permitir que nadie lo minimice e intente comparar con alguna situación vivida.
Es y será un proceso único, privado, incomparable y debemos acompañar lo que nuestra alma decida.
Aprendí a no hablar con nadie, pocas personas poseen la capacidad de empatizar y hasta disuaden nuestra necesidad de poner en palabras lo que un dolor genera muy dentro.
Porque en realidad —sentimos que la tierra se abre y nos fagocita—, y mientras caemos no hay lugar por donde asirse, todo es resbaladizo y nuestros recursos claudican.
Entonces hay que permitirse estar mal —porque no está mal estar mal—, está muy bien, es un sentimiento natural e inevitable, un camino que tendremos que recorrer aunque no lo hayamos decidido.
Tiene etapas diferentes, a veces desearíamos haber "muerto con el ser amado" y no seguir viviendo, porque hasta se siente culpa por el simple hecho de estar vivos.
No hay que explicar nada a nadie, lo que nos sucede es —absolutamente intransferible— y en esa galaxia estaremos a solas resolviendo nuestro duelo "a nuestra manera y como podamos".
P. D: Mi madre murió en mis brazos en nuestro hogar el 31 de diciembre de 2022, hará tres años en breve y el dolor está vigente para mí, no lo superé aún y creo que no lo haré mientras viva. Estoy conviviendo con el, intentando que sea un aliado, no un enemigo.
Viviana Laura Castagno Fuentes
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