Sus ojos
tenían al cielo
allí aposentado
y a unas estrellas
que resplandecían.
Pero era en su mirada
donde habitaba la magia,
—había dulzura en ella—
miraba como un niño
cuando descubre la vida.
Era riguroso, escueto,
complejo para el diálogo,
erigía con idoneidad
insalvables murallas
y detrás de ellas vivía.
Había que respetar
su mutismo,
la introspección
—era su sello distintivo—
un anacoreta, un ser único.
Sus ojos
daban asilo al cielo
y en su alma magna
acunó con admirable sobriedad
misterios —que se llevó un día—.
Viviana Laura Castagno Fuentes























